Lucía y Jorge Cerna son testigos oculares de lo que ocurrió la madrugada del 16 de noviembre de 1989. Una noche antes huyeron de los impactos de la ofensiva en Soyapango y se instalaron en una residencia anexa a la UCA, gracias a la ayuda de los jesuitas. El relato de esta segunda entrega se construyó con el testimonio de los esposos Cerna en el juicio histórico por la masacre de los jesuitas de la UCA, en la Audiencia Nacional de España.
Por: Krissia Girón/ Foto de AP: Luis Romero
Lucía Cerna trabajaba como empleada doméstica para la UCA desde 1982. Para el 15 noviembre del 89, vivía en Soyapango y debido a la ofensiva se había quedado sin comida, agua y luz eléctrica. “Ya se me había acabado todo, los mercados estaban cerrados, yo no podía ir a comprar”, cuenta.
Jorge Cerna, esposo de Lucía, trabajaba en su panadería. Relata que la precariedad los llevó a huir hacia San Salvador a buscar refugio. A Lucía se le ocurrió ir directo a la UCA, a pedir ayuda de los padres jesuitas.
“Nos fuimos a San Salvador con una banderita blanca, caminando por toda las calles de Soyapango hacia la capital, buscando el camino de mis jefes, porque yo siempre tuve esperanzas en ellos, de que me iban a dar amparo. Eran unas personas muy buenas”, expresa Lucía refiriéndose a los sacerdotes jesuitas para quienes laboraba.
Llegaron a San Salvador a eso de las 10:30 de la mañana. El centro de la capital se encontraba sin taxis, transporte, lugares para comer. Nada. En el camino, Lucía le llamó por un teléfono público al padre Ignacio Martín Baró -a quien le decía “padre Nachito” y con quién tenía mucha confianza- para contarle su situación y pedirle ayuda. En su declaración ante la fiscalía española, ella describió las conversaciones que tuvo con el sacerdote.
Martín Baró- “Pues mujer, no dudes. Aquí estamos para ayudarte. ¿A qué hora irás a venir?
Lucía- Es que no hay transporte, está bien difícil. No sé a qué horas, pero quizás después de almuerzo.
Entonces el padre Nachito le indica que debe llegar a la casa 1516, que eran unas viviendas gemelas anexas al campus. Lograron encontrar un pickup que los llevó a Antiguo Cuscatlán. Ahí los recibe el sacerdote a quien Lucía le presentó a su familia: su esposo Jorge, y su pequeña hija, Geraldina.
P.Martín Baró- “Mira, mujer, estás ya bajo casa. Te voy a enseñar estos cuartos, ¿cuál te gusta?”
Lucía- “Este cuarto de la primer planta, porque cargo a la niña y se me puede caer de las gradas”
-El padre Nachito le cuenta que habían tenido un cateo la semana anterior por parte de los soldados-
Lucía- “¿Pero no los golpearon, padre?”
P.Martín Baró- “No, fueron muy educados con nosotros”.
Lucía- “Vaya, gracias a Dios”.
P.Martín Baró- “¿Y ya pensaste donde vas a dormir? ¿en el puro suelo?”
Lucía- “Pues sí, qué le voy a hacer. No tengo nada”.
P.Martín Baró- “Mira, vente conmigo y vas a ir a traer unas colchonetas allá adentro”
El padre Ignacio le comenta a Lucía que su cocinera no había llegado porque no pudo pasar el retén, ella se ofreció para hacer la cena.
P.Martín Baró- “Mira, Lucía. No te preocupes, ya conseguimos quién nos venga a hacer la cena”.
Lucía- “Ah sí, ¿quién será?”
P.Martín Baró- “Es la mujer de uno de los trabajadores de aquí de la UCA”.
Lucía- “Ah vaya, está bien. Ya me puedo sentar tranquila”.
P.Martín Baró- “Sí, mujer, descansate, has caminado muchísimo”.
La mujer que se ofreció a hacer la cena a los jesuitas era Elba Ramos, quién esa noche estaba junto a su hija, Celina.
Jorge comenta que ellos no tenían comida, así que va a la tienda y lo único que encuentra es pan dulce y sodas, que se convirtió en la cena familiar. Ya entrada la noche, Lucía decide abrir las ventanas para escuchar lo que cantaba el padre Nachito. Contó que siempre tocaba la guitarra y se reían mientras cenaban.
Lucía, Jorge y Geraldina lograron instalarse y pasar la noche en la posada brindada por los Jesuitas, lugar al que huyeron a causa de la guerra y de donde pensaron iban a escapar de las balas. En la madrugada del día 16, se dieron cuenta que no fue así.
“Había dormido un par de horas cuando, en lo calladito que es el campus, había una balacera por aquí, por allá y por allá. No le entendía. Me molestó esa gran balacera y me levanté, me fui al cuarto de al lado donde escuché que estaban tocando en la guitarra. Cuando pasé el umbral del cuarto vi a los soldados en la puerta de atrás que iban para adentro. Me detuve un poco y me agazapé, abajo, por la pared. ¡El gran poder de dios!, dije, ¿a estos hombres qué les pasa?, ¿andan borrachos?”, relató Lucía a la Audiencia Española.
Jorge dice que se quedó en las colchonetas cuidando a la pequeña Geraldina, le puso la mano en su estómago para que no despertara, “que sintiera que había alguien dándole protección”, dijo. Mientras Lucía, en la otra habitación, tenía la intención de ir a regañar a esos hombres porque pensaba que estaban borrachos. “¡Esta casa se respeta!”, decía en sus adentros.
Lucía agregó: “Estando agazapada en la ventana, oí que daban a las lámparas, tiraban balazos, trompadas, jalaban unas cosas como bultos al piso, gritaban, era un solo desorden. Terriblemente mi cuerpo sentía que se me subía y me bajaba una cosa helada y mientras sentía eso, escuché al padre Nachito que les dijo:
“¡Esto es una injusticia! ¡Ustedes son carroña!”
“Me he ido con un temblor en el cuerpo, deseando estar ahí adentro para saber qué estaba sucediendo. Yo creo que si hubiera andado yo sola, me voy para adentro, pero no lo hice porque me iba a regañar Jorge. Yo sí vi a los soldados, con todo y su uniforme”, declaró Lucía.
Cuando Lucía regresó con Jorge, cesaron los disparos. Él se asoma a la ventana donde vio a los soldados con sus respectivas armas, venían de la habitación de los jesuitas. Ambos vieron cómo los soldados recorrían las instalaciones del campus de la UCA, estando, aproximadamente, a 25 metros de distancia de los hechos.
Eran las 5:55 de la mañana. A la casa 1516 llegaron los vigilantes de la UCA, a quienes ya conocía Lucía: Mauricio y Ramón. Les preguntó si habían entrado a la casa pero los hombres dijeron que no, que desde lejos se veían unos bultos en el piso. “Entonces mi corazón me dolió más de lo que me había dolido en la ventana”, dijo ella.
Lucía y Jorge decidieron ir al campus, pensando que los padres necesitaban ayuda. Se fueron con su hija y ya llegando a la residencia Jorge logró ver la puerta abierta de uno de los cuartos. Ahí estaban los cuerpos de dos mujeres, destrozadas por las balas.
“Vete, la niña no tiene que ver esto”, le dijo Jorge a Lucía. Ella se regresó y él continuó la inspección.
“Había masa encefálica y mucha sangre. En las paredes de la residencia habían disparos de armas de alto poder. Continúo hacia donde estaba el grupo de sacerdotes tirados boca abajo, todos estaban destrozados de la cabeza. Me regresé al cuarto”, relató Jorge.
Jorge- ¡A todos los padres los han matado!
Lucía- ¿A quiénes?
Jorge- Hay un montón de muertos.
Lucía se fue a la casa número 50, ahí se encontraban los jesuitas Francisco Estrada y José María Tojeira, quien era el provincial de los jesuitas. Al “padre Chema” lo encontró afeitándose, cuando le dijo, se limpió la cara y salió junto con Estrada. Antes de eso, el padre Estrada le dijo a Lucía que no podían seguir dándole amparo, que debía huir por donde sea.
“Yo me preguntaba por qué tenía que huir si no había hecho nada, no lo entendía. Y me dolía mi corazón y hasta la vez me duele, porque eso no hubiera pasado”, expresó entre sollozos a la Audiencia Española.
Fue a comunicarle la decisión de los sacerdotes a Jorge. Tomaron sus cosas y se fueron a la casa de su mamá que vivía en un cuartito. Se quedaron en un corredor.
Anímicamente fue un duro golpe para Lucía. Comenta que los cuatro días que pasó en casa de su madre no pudo llorar ni decir nada, hasta que, días después, se presentó a limpiar la oficina del “padre Chema”, con quien se desbordó al darle el pésame por lo sucedido.
Ella declara que el padre Tojeira le recomendó hablar con María Julia Hernández, responsable de Tutela Legal del Arzobispado en aquel entonces y que había llegado a su oficina. A ella le contó todo lo que presenció. Hernández le pidió que la llevara a la ventana del cuarto desde donde había visto todo.
“Ella tuvo la paciencia de dejarme llorar y contarle todo. Me dijo que ya no debía regresar a mi casa y que me iban a trasladar a la Embajada de España”, explicó Lucía.
En la Embajada de España, los esposos Cerna fueron interrogados. “El hombre llegó con una máquina de escribir y la sala estaba llena de gente, y yo no sabía de esas cosas porque yo no tengo estudios y he sido bien apartada, no sabía lo que la gente estaba ahí escribiendo”, dijo Lucía.
Ese día, Lucía escuchó que habían amenazas de asaltar la embajada y ahí no había suficiente seguridad para proteger a los Cerna. Lucía seguía sin entender la situación. Los movieron a la embajada de Francia.
Al día siguiente le notifican que han decidido sacarla del país. Le dieron a escoger entre varios lugares y ella decidió irse a Miami, Estados Unidos. Lo que la ayudó a decidirse fueron sus pláticas con el padre Ellacuría, que aún recuerda 31 años después.
“Yo me acordé cuando platicaba con el padre Ellacuría y le preguntaba muchas cosas: cómo era ir en un avión, como se sentía eso. Entonces una vez le pregunté cuál es la ciudad más cercana a El Salvador y me dijo que Miami. Pero es de Estados Unidos, le dije yo, y me respondió que ahí hablan español”, relató.
Llegaron tarde al aeropuerto y perdieron el vuelo comercial. Les acompañaba el padre Saenz, quien estaba preocupado. Desde la Embajada de Francia solicitaron un avión que estaba estacionado en Belice para que los trasladara a Miami. Mientras esperaban, Lucía realtó que llegó un señor que dijo ser el Embajador de Estados Unidos. “Nos dio un desprecio bien grande, no nos dijo nada, nos despreció con su mirada tremendamente”, recuerda.
“Y me sentí tan mal, porque yo no aguanto que me desprecien”, contó.
Llegaron a Miami y el plan era que dos sacerdotes recibirían a la familia Cerna. Sin embargo, en el aeropuerto los llevan a migración donde les entregaron unos papeles y revisaron su pasaporte. Lucía relató que unos hombres se identificaron como miembros del FBI y los trasladaron a un hotel sin dejarlos hablar con los sacerdotes.
En la habitación, los agentes desconectaron los teléfonos y jalaron los cables del televisor, no les dejaron hablar con nadie. De 3 a 4 días fueron interrogados, les llevaban a las oficinas del FBI luego del desayuno.
Lucía relata que les dijeron que llegaría un doctor de El Salvador a quien debían visitar un lunes desde las 7 de la mañana. En la supuesta consulta, al doctor lo visita otro hombre que le lleva un sobre y le llama “coronel”. “Ahí lo descubrí”, dice Lucía.
El coronel, de quien ninguno de los esposos Cerna recuerda el nombre, les interrogó sobre su amistad con los padres, le decía a Lucía que no estaba diciendo la verdad, que los sacerdotes tenían armas en la casa y que ella los estaba cubriendo. “Y así me interrogaba toda la mañana, desde las 7 hasta el mediodía. Después que me sacaban a mí metían a Jorge toda la tarde hasta las 7 de la noche. Para el almuerzo solo bebíamos agua, porque solo el desayuno lograbamos que nos dieran”, manifestó.
Lucía llora en su testimonio para la Audiencia Nacional de España al describir el maltrato y las amenazas que sufrió con el coronel salvadoreño que la interrogó por casi una semana. Dijo que golpeaba la mesa, gritaba y ella se asustaba. Se siente ofendida, afirma. Él le decía que se hiciera cargo y dijera que los padres tenían armas, ella lo negaba: “Su defensa es su cerebro, su cabeza, porque -los jesuitas- son personas estudiadas”, le decía.
Jorge confirma este mal trato recibido. Afirma que ambos sufrieron violencia psicológica y verbal. “El coronel me trató muy mal y me dijo que si estuviera en El Salvador me daría una buena pateada por mentiroso”, relató Jorge.
Les preguntaban lo que vieron la noche del 15 al 16 de noviembre todos los días. Los esposos fueron sometidos al polígrafo donde tenían que narrar lo que habían visto y oído. Los agentes decían que era mentira, que el polígrafo decía que ellos no estuvieron ahí, querían que cambiaran el testimonio y dijeran que la madrugada del 16 de noviembre ellos no habían visto nada.
El penúltimo día de interrogatorio, los esposos Cerna cambiaron sus declaraciones y negaron todo. Ese fue su boleto de salida de aquella tortura.
“Yo me enfermé de haber salido de ahí de esa oficina. Tanta injuria que hicieron conmigo”, lamentó Lucía.
Al finalizar el testimonio de Jorge y Lucía a la Audiencia Nacional, el abogado particular de los hermanos de Ignacio Martin Baró agradeció a los esposos el cariño demostrado al “padre Nachito”.
A 31 años de estos hechos, Lucía y Jorge hicieron en el juicio histórico sobre el caso jesuitas, un gran esfuerzo por recordar detalles, nombres, lugares y los vejámenes que vivieron tras ser testigos del asesinato de sus jefes y amigos.
Este testimonio ha sido importante en la reconstrucción de un hecho por el cual todo un Estado confabuló para ocultar pruebas, documentos, testimonios y cualquier indicio que diera con los autores materiales e intelectuales del crímen.