El pasado domingo 3 de febrero se realizaron las elecciones que dejaron como presidente electo al candidato de GANA, Nayib Bukele, con 1,434,856 votos, equivalentes al 53.10% de los votos válidos. El segundo lugar fue para la coalición conservadora integrada por ARENA, PCN, PDC y Democracia Salvadoreña, con 857,084 votos, correspondientes al 31.72%; y en un lejano tercer lugar quedó el gobernante FMLN, con 389,289 votos, que representan el 14.41%.
Sobre esto, son pertinente las siguientes valoraciones iniciales:
En primer lugar, es destacable el desempeño del Tribunal Supremo Electoral (TSE), que había generado dudas debido a fallas técnicas mostradas en los simulacros de transmisión de resultados y por el control de la derecha que tiene mayoría de magistrados. Pero enhorabuena el TSE, su buen trabajo ha sido reconocido por todas las misiones de observación nacionales e internacionales.
En segundo lugar, es lamentable el alto nivel de abstencionismo: votó el 51% de la población apta para votar. Lástima que los candidatos y partidos no hayan logrado motivar a la otra mitad del electorado, y qué pena que éste no asuma su derecho y deber de elegir a sus gobernantes.
En tercer lugar, los resultados confirmaron las tendencias proyectadas en todas las encuestas publicadas, en tanto que GANA y Nayib Bukele tenían las mayores posibilidades de ganar. La única duda era si esto sería en primera o en segunda vuelta. Una segunda vuelta era deseable para propiciar un debate más serio sobre los temas urgentes del país, pero no sucedió.
Y, en cuarto lugar, está la reacción de los perdedores (la reacción de Bukele será tema de otro editorial), especialmente ARENA y FMLN, que sufrieron derrotas estrepitosas. En el partido de derecha, la dirigencia anunció su renuncia; mientras el de izquierda dijo que adelantará la elección de sus autoridades y pide que varios dirigentes actuales no busquen reelegirse.
Ojalá que esto sea el inicio de un necesario proceso de refundación de ambos partidos. ARENA debería abandonar su ideología anticomunista anclada en la época de la guerra fría y renunciar al neoliberalismo como modelo de desarrollo; y el FMLN debería retomar la conexión con las bases, la agenda popular, las transformaciones estructurales en favor de la gente y el horizonte antineoliberal.
El Frente necesita también retomar la ética, la capacidad de análisis y la mística revolucionaria. Si no lo hace, no tendrá posibilidades de resurgir y volver a ser opción de poder; y -en este caso- tendrá que surgir un nuevo sujeto político que retome la visión progresista que el FMLN abandonó.