Este mes se cumplió el primer aniversario de la canonización de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. El Arzobispo Mártir, asesinado por la extrema derecha salvadoreña, fue incorporado a la lista de Santos de la Iglesia Católica el 14 de octubre de 2018, en una solemne ceremonia realizada por el Papa Francisco en el Vaticano.
En este espacio editorial advertimos, en aquel momento, sobre el peligro de que San Romero “se quedara en los altares” y dejara de estar con pueblo en la calle, en las luchas, en la procura de la dignidad humana y en la verdadera “construcción del Reino de Dios”.
En el mismo sentido, el sacerdote romerista Juan Vicente Chopín proponía que la canonización de Romero fuera un “punto de partida” y no de llegada, es decir: no la culminación de un proceso, sino el inicio de un transitar hacia la construcción de un país realmente democrático, incluyente y pacífico, como soñaba Monseñor Romero.
Sin embargo, ese temor pareciera estarse cumpliendo. El hecho de que el primer aniversario de la canonización de quien fue “la Voz de los sin voz” haya pasado desapercibido, incluso para algunas organizaciones romerianas, advierte que San Romero podría estarse “quedado en los altares” y que la declaración formal de su santidad terminó siendo un final y no un comienzo.
Y esto es preocupante, pues el legado y la inspiración romerista es tan necesaria en estos tiempos de búsqueda y lucha por la justicia social, cambios estructurales en favor de la gente y una perspectiva de salvaguardar los bienes comunes y la continuidad de la vida, ante la inminente autodestrucción de la especie humana.
Los planteos sobre una sociedad justa, equitativa, armoniosa y respetuosa de la naturaleza, que expresaba Romero en su homilías, escritos y declaraciones, deberían influenciar los análisis académicos, las demandas ciudadanas, las políticas públicas y las grandes apuestas colectivas.
En el pensamiento de Romero hay una sentido común y una fuente de inspiración para nuevos modelos basados en la fraternidad, solidaridad, igualdad, justicia, conciencia ambiental y demás principios que menciona el politólogo Álvaro Artiga en su libro “Una sociedad según el corazón de Dios”, para esbozar un proyecto nacional desde la perspectiva romeriana.
San Romero puede “hacer el milagro” de transformar este país tan desigual, violento, excluyente, machista y contaminado; pero para ello urge que los sectores progresistas, democráticos y toda la población decente, honrada y trabajadora “no lo deje en los altares” y lo tenga vivo en sus luchas cotidianas, en la práctica política y en la perspectiva de “cambiar de raíz todo el sistema”, como el mismo Monseñor mandató.
Si no hacemos esto, San Romero podría morirse en los altares y este paísito quizás nunca va a ser “según el corazón de Dios”.