Hoy se celebra el Día de la Tierra, instaurado en 1970 por iniciativa del político demócrata estadounidense Gaylord Nelson, para “crear una conciencia sobre los problemas de sobrepoblación, contaminación, conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales para la protección del planeta”.
Dicha conmemoración tiene especial relevancia ahora, no sólo porque los problemas de agotamiento de los recursos naturales, deterioro ambiental y cambio climático alcanzan niveles de gravedad si precedentes en nuestros días, sino porque también sucede en medio de la pandemia del COVID-19 que amenaza seriamente la vida de la población de muchos países.
Existe un creciente debate entre activistas y académicos (e incluso personeros de élites políticas y empresariales) sobre que la humanidad y el mundo no pueden ni deben ser los mismos después de la emergencia del coronavirus; y que para sobrevivir debemos cambiar radicalmente lógicas de consumo, estilos de vida y formas de gestionar la economía.
La notable reducción de la contaminación del aire, tráfico vehicular, consumo de energía y uso de combustibles fósiles, como resultado de una menor actividad humana, confirma el argumento de que es posible disminuir daños ecológicos, mitigar el cambio climático y bajarle velocidad a la carrera hacia el despeñadero que lleva el carro de la humanidad.
La tierra y la naturaleza -dicen- nos llama a instaurar nuevos modelos de desarrollo y modos de vida sustentables, que rompan con el afán de lucro como objetivo principal; y la acumulación de ganancias debe dar paso a la reproducción de la vida humana en condiciones dignas, como propósito supremo.
El llamado de la Madre Tierra es a que la cuidemos, que nos sintamos parte de ella y tomemos conciencia de que si no entablamos una relación armónica con la naturaleza, caminamos seguro a la extinción de nuestra especie.
En 1992, en la Cumbre de Río de Janeiro, Fidel Castro advertía fuertemente sobre la “autodestrucción de la humanidad”. Lo dicho por el líder cubano hace casi cuarenta año, hoy pareciera que lo comparten hasta algunas gentes negocios, debido a la evidencia del desastre que sólo podrá evitarse si de verdad actuamos distinto.
En El Salvador es necesario romper con la lógica neoliberal que está detrás de la crisis hídrica, la contaminación ambiental y del deterioro de ecosistema. En esta quincuagésima celebración del Día de la Tierra, asumamos esta urgentísima tarea.
Atender este llamado implica, como mínimo, exigir que la Asamblea apruebe las leyes de agua, de soberanía alimentaria y de prohibición de los agrotóxicos; y que el Ejecutivo no autorice proyectos que generen más escasez de agua y mayores daños ambientales, como la obra urbanística “Valle El Ángel”.
Ojalá, toda la población que quiere preservar la vida, se movilice y presione por estas causas.