El candidato del Partido Demócrata, Joseph Biden, ha ganado las elecciones en Estados Unidos y en enero del próximo año reemplazará al actual presidente Donald Trump, quien fracasó en su intento de reelección. Biden obtuvo la cifra histórica de 75 millones de votos (4 millones más que Trump) y superó ampliamente los necesarios 270 votos del colegio electoral.
Desde la izquierda se suele menospreciar las diferencias entre los partidos Demócrata y Republicano, con el argumento de que ambos comparten la visión neoliberal-conservadora y el proyecto neocolonialista-imperial de la política exterior estadounidense. De hecho, cuando lo cuestionaban sobre la existencia de un único partido político en Cuba, Fidel Castro respondía que en Estados Unidos hay uno dividido en dos facciones que se alternan en el poder para dar la falsa sensación de democracia.
Sin embargo, las elecciones del pasado 3 de noviembre son relevantes porque la derrota de Donald Trump es la derrota de lo que él representa y que institucionalizó en su discurso y reflejó en sus políticas de gobierno: el racismo, la xenofobia, la misoginia, la vulgaridad, el negacionismo, la indolencia, la irresponsabilidad, el odio y la confrontación en el ejercicio del poder.
El presidente ultraderechista no tuvo escrúpulos en separar a niños migrantes de sus padres y meterlos en jaulas, justificar crímenes racistas, legitimar a los grupos supremacistas y mentir sistemáticamente; así como también renegar de los compromisos ambientales y de desarme nuclear. Por eso, según algunos críticos, el resultado es más importante por “quién perdió” que por “quién ganó” la elección.
Pero la elección es también importante no sólo por quién dejará la Casa Blanca, sino por quién llegará. Biden ganó gracias al voto de la gran mayoría de estadounidenses de origen hispano, la población negra y los votantes progresistas que apoyaban al “socialista democrático” Benard Sanders en las primarias demócratas. Esto obligó a Biden a adquirir compromisos en materia migratoria, ambiental, derechos humanos y justicia social, cuyo cumplimiento deberá ser exigido por la población cuando asuma su mandato.
El cambio de gobierno en Estados Unidos también representa un desafío para el presidente Nayib Bukele: el mandatario salvadoreño, como simpatizante e imitador de Trump, también ha sido derrotado. Bukele llamó a Trump “very nice and cool president”, copió su estilo “fake”, tuitero y confrontativo, y personeros suyos llamaron a votar por él (Sin embargo, según estadísticas, los salvadoreños son los latinos que más votaron por Biden).
Así que Nayib Bukele debe repensarse. El presidente salvadoreño debe aprender la lección sobre cómo terminan aquellos gobernantes que -en su afán de mantener el poder- mienten, promueven el odio y favorecen la confrontación. Aún está a tiempo de corregir.