Esta semana tomó posesión, como nuevo presidente de Estados Unidos, el demócrata Joseph Biden. Y sus primeras señales han sido positivas, sobre todo en la reversión de decisiones reprobables de su antecesor Donald Trump como fueron la salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la retirada del Acuerdo de París sobre cambio climático.
De entrada, Biden ha corregido la plana de Trump en el manejo de la pandemia y la política migratoria. En este último ámbito ha suspendido la construcción del muro fronterizo con México, congeló las deportaciones por cien días y ya promueve una legislación para abrir el camino a la legalización del estatus migratorio de millones de personas.
Ciertamente, republicanos y demócratas comparten objetivos del proyecto imperial estadounidense (ante el reclamo de por qué en Cuba existe solo un partido Fidel Castro decía que en EE.UU. también hay uno dividido en dos). Sin embargo, en materia migratoria, hay una diferencia abismal entre lo actuado por Biden en sus primeros días de gobierno y la postura racista, xenófoba y anti-inmigrante de la administración Trump.
Lo anterior representa un enorme alivio para El Salvador, pues -de concretarse esta nueva política migratoria- se normalizará la permanencia de los connacionales en territorio norteamericano y asegurará el envío de las remesas que mantienen la maltrecha economía salvadoreña.
Otro aspecto positivo para nuestro país es la visión crítica del nuevo gobierno estadounidense sobre el estilo autoritario y antidemocrático del presidente Nayib Bukele, a quien destacados congresistas y diplomáticos demócratas (incluso republicanos) han cuestionado por irrespetar la independencia de poderes, negarse colaborar con la justicia y no transparentar el uso de fondos públicos.
En un artículo publicado en El Faro, la ex embajadora Mari Carmen Aponte propone “una nueva alianza con la democracia salvadoreña” (Ojo: con la democracia salvadoreña, no con el gobierno salvadoreño). En dicho texto, la diplomática deja claras las preocupaciones y exigencias, principalmente sobre respeto a las reglas democráticas y lucha contra la corrupción.
Esperemos, pues, que la llegada de Biden a la Casa Blanca y el arribo demócrata al gobierno estadounidense, traiga cosas positivas para El Salvador, especialmente en los ámbitos migratorios y de defensa de la democracia amenazada por un gobierno que cada vez da más pruebas y argumentos para caracterizarlo como autoritario, corrupto y demagógico.
Ojalá que así sea.