Nayib Bukele es un imitador de Donald Trump. Hay cuatro aspectos en los que el mandatario salvadoreño ha copiado el estilo del gobernante estadounidense.
El primero es “gobernar desde Twitter”. Así como Trump, Bukele utiliza intensivamente las redes sociales digitales, especialmente Twitter, desde donde envía constantemente mensajes a sus seguidores, anuncia acciones de su gobierno, da órdenes a sus funcionarios y se mantiene a la ofensiva en el debate público.
El segundo se refiere al irrespeto a la institucionalidad. Igual que Trump, Bukele es autoritario y busca siempre colocarse por encima de las demás instancias y poderes estatales: incumple órdenes judiciales, ataca a la Asamblea Legislativa, denigra a la Procuraduría de Derechos Humanos, presiona a la Fiscalía y menoscaba la autonomía de las municipalidades.
El tercero tiene que ver con la falta de diálogo y la permanente confrontación con sus opositores y rivales políticos. Así como Trump, Bukele descalifica, estigmatiza y lincha en las redes sociales a cualquier persona o instancia que considera opositora o enemiga, a quienes llama “mismos de siempre” y pide que sus seguidores los repudien.
Y el cuarto y más peligroso de todos es la instalación de sentidos autoritarios en el imaginario social. Como Trump normalizó el racismo, la xenofobia y la misoginia, Bukele ha legitimado la intolerancia, el rechazo a los que piensan distinto y diversas formas de violencia simbólica contra “los otros”.
Igual que Trump validó en su relato gubernamental los anti-valores de los sectores más retrógrados de la sociedad estadounidense, Bukele incorpora mensajes de odio que podrían generar hechos o situaciones de violencia que afecten la convivencia pacífica y la armonía social que como presidente debería propiciar, según ordena el Artículo 168 de la Constitución.
Dicha disposición constitucional establece, en el tercer inciso, que el presidente debe “procurar la armonía social, conservar la paz y la tranquilidad interiores y la seguridad de la persona humana”. Pero en vez de esto, Bukele ha polarizado la sociedad y divide a la población entre “buenos y malos”, con lo cual está “sembrando vientos que podrían cosechar tempestades”.
Trump se va, pero Bukele se queda; por tanto, el mandatario salvadoreño debería rectificar y, en lugar de validar y legitimar la descalificación, el insulto, la burla y las ofensas, debería promover el respeto, la tolerancia, la hermandad, la solidaridad y la unidad. Quizá no pueda hacerlo por vocación, pero debe hacerlo por mandato de la Constitución.