//Elecciones 2021: “Discurso de odio” presidencial y su incidencia en el 31E

Elecciones 2021: “Discurso de odio” presidencial y su incidencia en el 31E

Por Leonel Herrera

Ante el señalamiento de que el ataque armado contra activistas del FMLN el pasado 31 enero fue provocado por la retórica confrontativa de Nayib Bukele, los defensores del presidente han negado que su discurso sea “de odio” y atribuyen el condenable hecho a la situación general de violencia social que impera en el país.

Una candidata a diputada de un partido aliado del mandatario dijo, en el espacio de debate “Puntero Electoral” de la Red Informativa de ARPAS, que Bukele “nunca ha ordenado directamente atacar a alguien” y que, por tanto, no puede atribuírsele responsabilidad alguna en actos de violencia electoral. Este texto comenta por qué el discurso del presidente es “de odio” y cuál es su relación con los asesinatos del 31E.

¿Qué son los “discursos de odio”?

Las Naciones Unidas, en su “Estrategia y Plan de Acción para la Lucha contra el Discurso de Odio”, lanzada en mayo de 2019, define este tipo de narrativas como: “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.

Mientras que la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la CIDH, en su informe “Las Expresiones de Odio y la Convención Americana sobre Derechos Humanos”, considera como “discursos de odio” todos aquéllos “destinados a intimidar, oprimir o incitar al odio o la violencia contra una persona o grupo en base a su raza, religión, nacionalidad, género, orientación sexual, discapacidad u otra característica grupal”. 

El “discurso de odio” descalifica, estigmatiza, divide y genera intolerancia hacia los “otros”. Por tanto, la narrativa del presidente Bukele contra sus opositores o cualquier persona (político, analista, periodista, académico, defensor de derechos humanos, activista social o ciudadano común) disidente de la perspectiva oficial, también puede considerarse “discurso de odio”.

El “discurso de odio” legitima el rechazo hacia quienes son distintos a “nosotros” y promueve el irrespeto, la exclusión y los anti-valores del autoritarismo. Como en Estados Unidos, Donald Trump   validó el racismo, la xenofobia y la misoginia, Bukele ha naturalizado la confrontación y el insulto como expresiones válidas.

Así, el “discurso de odio” atenta contra la armonía social, la convivencia pacífica y la cultura de paz, especialmente en contextos de guerras entre países, conflictos internos o procesos electorales como el que vive el país. El debate sobre distintas propuestas programáticas o visiones políticas, contaminado con “discursos de odio”, conducen fácilmente a la violencia.

Bukele responsable del 31E

La Constitución de la República, en artículo 168 (tercer inciso), manda al presidente de la república a “procurar la armonía social, y conservar la paz y tranquilidad interiores y la seguridad de la persona humana como miembro de la sociedad”. Sin embargo, Nayib Bukele ha hecho todo lo contrario: ha dividido a la población entre buenos y malos, los buenos son sus aduladores y los malos son sus críticos.

El mandatario optó por la confrontación y la polarización. Por ejemplo: el golpe fallido contra la Asamblea Legislativa estuvo precedido por una violenta retórica contra los diputados, a quienes el mandatario acusaba de boicotear la compra de insumos para la Policía y bloquear su plan control territorial. 

Lo mismo sucede ahora previo a las elecciones del próximo de febrero: el presidente mantiene una narrativa de descalificación permanente de los partidos tradicionales, entre éstos el FMLN. La incesante diatriba presidencial contra el ex partido de gobierno ha colocado en el imaginario de sus seguidores más fanáticos un nivel de rechazo tal que los llevó a agredir no sólo en las redes sociales, sino físicamente y con armas de fuego la tarde-noche del 31 de enero. 

Y Bukele lo sabe. Por eso salió rápido a sugerir que era un autoatentado y luego que fue un enfrentamiento. En vez de condenar el atentado, solidarizarse con las víctimas, exigir que se investigue y llamar a la no violencia electoral, se ha empeñado en descalificar el trabajo de la Fiscalía y en instrumentalizar aún más a la Policía.

Si el mandatario sigue con este “discurso de odio”, pronto los agredidos físicamente podrían ser los periodistas o activistas que ya son atacados en las redes digitales. Por eso es urgente que la población le exija que cumpla su rol constitucional de promover la unidad nacional, actuar como presidente de toda la población salvadoreña, abandonar la confrontación y cesar las narrativas polarizantes. 

En vez de apelar al odio, el resentimiento y la intolerancia, Bukele debería promover en el imaginarios social los valores democráticos y la cultura de paz. Sin embargo, ha desperdiciado esa oportunidad y más bien ha contribuido a consolidar una cultura autoritaria donde se impone la descalificación, la burla, el insulto y la violencia.