En el feminicidio de la salvadoreña Victoria Esperanza Salazar, perpetrado el pasado fin de semana en la localidad turística de Tulum, del estado mexicano Quintana Roo, se juntaron cuatro tipos de violencia.
En primer lugar, la violencia machista: Victoria huyó de El Salvador para escapar de la violencia de género, y se instaló en México en 2017 con una visa humanitaria; y ahí también era violentada por su pareja mexicano, quien también abusaba de sus hijas adolescentes. Probablemente esto provocaba sus episodios de ansiedad y crisis nerviosas, como la que sufría cuando fue asesinada por la Policía.
En segundo lugar, la violencia estatal representada en la agente policial que sometió brutalmente a Victoria hasta matarla y en todos los policías y militares indolentes, carentes de capacitación y formación adecuada, erráticos en el uso de la fuerza y obedientes a directrices represivas y visiones estigmatizantes o criminalizadoras de quienes les dirigen.
En tercer lugar, la violencia antiinmigrante y xenófoba. El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se rasga las vestiduras y dijo sentir “pena, dolor y vergüenza”; sin embargo, ha sido condescendiente con la política antiinmigrante de Estados Unidos y acaba de mandar más militares a la frontera con Guatemala.
Al inicio de su gestión, el “progresista” López Obrador propuso un trato “más humano” para las personas migrantes que cruzan territorio mexicano; pero luego sucumbió ante las presiones y chantajes de Donald Trump y terminó asumiendo la misma actitud de sus homólogos del triángulo norte centroamericano Juan Orlando Hernández, Alejandro Giammattei y Nayib Bukele.
En cuarto lugar, la violencia aporofóbica: la que sufren las personas por ser pobres. Como oportunamente observa el diario mexicano La Jornada, en su editorial de ayer, “no se ha sabido que agentes del orden se ensañen de manera semejante contra vacacionistas de alto poder adquisitivo, nacionales o extranjeros, por más desmanes que éstos puedan realizar” en esa zona de afluencia turística donde fue asesinada la salvadoreña. Mujer, extranjera, migrante y pobre: Victoria fue cuatro veces asesinada.
Finalmente, hay una quinta cosa que también asesina a Victoria: la hipocresía, doble moral y oportunismo político de las autoridades salvadoreñas. El presidente Nayib Bukele no tiene credenciales para aprovechar el caso y presentarse como protector de las mujeres o defensor de los migrantes.
Su gobierno violenta sistemáticamente derechos de las mujeres, desvirtúa las cifras de desaparecidas, desmanteló el ISDEMU, debilitó Ciudad Mujer y no apoya la despenalización del aborto; y, respecto a las migrantes, se sometió -como ya dijimos- a las nefastas medidas trumpistas y guardó silencio cuando el racista ex mandatario estadounidense llamaba a nuestro país “hoyo de mierda”.
Ojalá que la indignación por el repudiable feminicidio de Victoria Salazar provoque una fuerte movilización que obligue a los países de tránsito y receptores de migrantes a tratarlos dignamente; y a que los países expulsores, como El Salvador, Guatemala y Honduras, hagan cambios estructurales para eliminar la violencia, pobreza y falta de oportunidades que obligan a miles de personas a emigrar.