Cuando iba a instalarse el nuevo gobierno, en este espacio editorial sugerimos cinco prioridades en política exterior basadas en los intereses nacionales. En el orden, planteamos las siguientes.
Una. Procurar una relación cordial y de respeto mutuo con los Estados Unidos, donde viven más o menos tres millones de compatriotas; sin lineamientos ni sometimientos serviles, y con una firme defensa de nuestros/as migrantes.
Dos. Mantener y profundizar las recién aperturadas relaciones diplomáticas con China, segunda -y pronto primera- potencia económica del mundo; dadas sus enormes posibilidades de acceso a mercados, atracción de inversiones y algún apoyo a las maltrechas finanzas públicas.
Tres. Apostar por la integración centroamericana: esfuerzos regionales en objetivos comunes (seguridad, medioambiente, generación de empleo, etc.) y posturas comunes frente a Estados Unidos en temas migratorios.
Cuarta. Estrechar la relación con México, aprovechando la perspectiva del nuevo gobierno y el anuncio del Presidente López Obrador de mirar hacia Centro ( y Sur) América.
Y quinta. Fortalecer las relaciones con aquellos otros países donde, además de Estados Unidos, hay una importante comunidad salvadoreña: Canadá, Suecia, España, Italia, Australia.
Cinco meses después, constatamos una política exterior que centra todos sus esfuerzos en la relación con Estados Unidos y descarta todas las demás. Y no una relación de respeto, sino de total sometimiento, sumisión y servilismo del gobierno de Nayib Bukele frente a los designios de Donald Trump y los delirios imperiales de la camarilla de neoconservadores que controlan la Casa Blanca.
La última, y más repudiable, demostración es la ruptura de las relaciones diplomáticas con Venezuela y la expulsión de su personal diplomático efectuada el pasado fin de semana. Esta acción genuflexa de Bukele fue aplaudida inmediatamente por el embajador estadounidense Ronald Johnson.
Bukele justifica su decisión en las “violaciones a los derechos humanos” y la “falta de democracia” en Venezuela, argumento que es falaz porque -en todo caso- el país bolivariano no es el único donde se vulneran derechos y la democracia es criticable. Consecuente con semejante argumento Bukele debería romper relaciones con Honduras (cuyo narco-gobierno es resultado de un escandaloso fraude electoral), Chile y Ecuador (que asesinan a ciudadanos que protestan) o Estados Unidos que encarcela niños migrantes y los mantiene en ominosos centros de concentración similares a los de la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial.
Y lo aún más ridículo es reconocer a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela, un político opositor de poca monta de quien ya nadie se acordaba. Este sujeto, apoyado por Trump, se autoproclamó gobernante a principio de este año, sin que un sólo venezolano votara por él.
Esperemos que lo actuado por Bukele indigne a los sectores democráticos y a toda la población decente, honrada y trabajadora, y los mueva a presionar por una política exterior basada en los intereses de país y no en condescendencias serviles a intereses foráneos.
Ojalá que así sea.