El golpe de Estado en Bolivia se ha consumado con la instalación de un gobierno de facto encabezado por Jeanine Áñez, diputada ultraderechista y fundamentalista cristiana que entró al palacio presidencial levantando una Biblia y recibió el mando directamente de manos de los jefes militares que hace una semana obligaron a renunciar el Presidente Evo Morales.
Al mejor estilo del venezolano Juan Guaidó, Áñez se autoproclamó “presidenta interina” del país sudamericano que ahora se hunde en el caos y la represión que ya empieza a contar los muertos por decenas. Esto, gracias a que el primer decreto de la “muy cristiana mandataria” otorga impunidad a los militares y policías que torturen o maten a quienes protestan contra el golpe y exigen el retorno del presidente Morales.
El grotesco escenario de represión y muerte tiene como trasfondo la visión racista y colonialista de las élites oligárquicas bolivianas -secundada por algunas capas medias- que no sólo recuperan el control del aparato estatal para ponerlo en función de sus intereses, sino que también pretenden someter y humillar a los pueblos indígenas como lo hicieron históricamente.
Si el golpe no se revierte y el gobierno fáctico se consolida, lo que viene en Bolivia son masacres contra los pueblos indígenas, desmantelamiento de las políticas sociales de los gobiernos anteriores, privatizaciones y la entrega de los bienes naturales a las corporaciones transnacionales, mismos que había sido nacionalizados y puestos en función del desarrollo inclusivo del país.
Por eso es necesario que los pueblos indígenas, organizaciones populares, movimientos sociales y todos los sectores democráticos del país andino-amazónico, independientemente de si estuvieron a favor o en contra el gobierno de Evo Morales, hagan a un lado las discrepancias y planten frente común para restablecer la democracia, reivindicar los derechos y procurar la dignidad humana, ahora pisoteada de manera atroz por los promotores, ejecutores y cómplices del golpe.
También es urgente la solidaridad y la presión internacional, especialmente de los pueblos latinoamericanos. Es necesario evitar que fundamentalismos como el de Jair Bolsonaro en Brasil y Jeanine Áñez en Bolivia se expandan por el resto del Continente. Hoy, más que nunca, es necesario reivindicar la diversidad, la pluralidad, la interculturalidad, la convivencia pacífica y la integración de los pueblos y de la región.
En El Salvador, Dios quiera que Nayib Bukele no reconozca al gobierno fáctico boliviano. Es entendible -aunque reprobable, desde luego- que no condene el golpe de Estado, porque esa será la directriz Donald Trump; pero -ojalá- no haga el ridículo de reconocer a Áñez, como lo hizo con Guaidó. Por favor, Presidente Bukele, no haga al país tener esa vergüenza.