El Presidente Nayib Bukele declaró ayer cuarentena en todo el territorio nacional por la amenaza del coronavirus COVID-19, luego que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó como pandemia esta enfermedad surgida en la ciudad china de Wuhan, a finales del año pasado. A pesar de que -oficialmente- todavía no se registran casos en el país, el mandatario justificó su decisión en la necesidad de “prevenir”.
La medida extrema incluye la suspensión de clases durante 21 días, la prohibición del ingreso de personas extranjeras y suspensión de actividades que concentren a más 500 personas. Desde el punto de vista de la prevención, la medida es positiva; sin embargo, su aplicación no está exenta de aspectos críticos que, por cuestión de espacio, sólo mencionamos los más importantes.
El primero es alto grado de improvisación jurídica, organizativa y logística: el Ejecutivo sacó un decreto que debió ser avalado por la Asamblea Legislativa; y su implementación se dificulta debido a la desorganización gubernamental resultante del desmantelamiento de programas de salud, como ECOS familiares, y del Sistema Nacional de Emergencia (Bukele ni siquiera ha nombrado gobernadores departamentales que coordinan comisiones de emergencia).
El segundo es el riesgo de utilizar esta emergencia con fines políticos y económicos. Bukele podría actuar con sentido propagandístico de cara a las elecciones del 2021; forzar la aprobación parlamentaria de financiamiento exprés; desviar la atención pública de los problemas graves del país; prohibir protestas sociales (el jueves 19 habrá una gran marcha por la Ley de Agua); y aplicar políticas económicas siguiendo la “doctrina del Shock”, planteada por la periodista canadiense Noami Klein en su libro “Capitalismo del desastre”, según la cual élites y gobiernos aprovechan situaciones de crisis, desastres o de pánico colectivo para implementar programas de ajuste neoliberal contra la gente.
El tercero es el desinterés gubernamental frente a otros problemas de salud que también ameritan acciones urgentes. El incremento de casos de dengue, enfermedades gastrointestinales, insuficiencia renal y otras enfermedades que representan amenazas graves, que deberían ser atendidas con igual o mayor prioridad que el coronavirus. La misma crisis del agua suministrada por ANDA representa una amenaza seria a la salud de la población capitalina; pero Bukele no muestra preocupación y no actúa en la solución real del problema.
Y un último un aspecto tiene que ver con el llamado presidencial a cerrar filas ante la emergencia del coronavirus: ojalá esta apelación a la unidad nacional fuera real y no fingida u oportunista. En los nueve meses de gobierno Bukele ha mantenido una actitud intolerante y sin disposición al diálogo, pregonado un discurso de confrontación y odio, reforzado valores autoritarios y promovido una lógica maniquea de buenos y malos, donde el bueno es él y los malos quienes no se someten a sus designios.
Ojalá esta situación de emergencia haga al Presidente Bukele caer en la cuenta de que él se debe a toda la población, y no sólo a sus fanáticos de las redes sociales; y que -siguiendo el mandato constitucional de promover la armonía social- se proponga unir al país ante ésta y otras emergencias, frente a la búsqueda de solución de los problemas del país y en la construcción de cambios estructurales que favorezcan a la población.
Ojalá que así sea.