//Que la emergencia no empañe la memoria

Que la emergencia no empañe la memoria

La semana pasada se cumplieron 40 años del Martirio de San Óscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras oficiaba misa en la capilla del Hospitalito “La Divina Providencia”. El horrendo crimen fue perpetrado por un francotirador que actuó por órdenes de Roberto D´Aubuisson, fundador de los escuadrones de la muerte de la extrema derecha salvadoreña.

Romero llevaba apenas tres años como Arzobispo de San Salvador y había abrazado plenamente la “opción preferencial por los pobres” pregonada por la Teología de la Liberación: acompañaba a las comunidades, promovía una “Iglesia popular”, denunciaba las injusticias y anunciaba una sociedad justa, equitativa y armónica, donde todas y todos pudieran “vivir según el corazón de Dios”.

En octubre de 2018 fue canonizado y declarado, oficialmente por el Papa Francisco, Santo de la Iglesia Católica. Según El Vaticano, Romero fue asesinato “por odio a la fe”, es decir: quienes conspiraron para matarle rechazaban su mensaje evangélico de justicia, paz, igualdad y fraternidad. La Santa Sede, incluso, señala a las élites pudientes salvadoreñas como las responsables del crimen, al afirmar que: “la represión oligárquica armó la mano del asesino”.

Dos semanas antes, el 12 de  marzo, se cumplieron 43 años del asesinato de Padre Rutilio Grande, sacerdote jesuita cuyo Martirio influyó significativamente en la labor pastoral de Romero, quien a partir de ese momento radicalizó su mensaje profético alzando con fuerza y decisión su voz de denuncia de las desigualdades y de clamor por el respeto a los derechos y la dignidad humana.

Hace un mes, el 24 de febrero, El Vaticano reconoció el Martirio y avaló la beatificación del “Padre Tilo”, como era llamado cariñosamente por la gente. También han sido reconocidos como mártires sus dos acompañantes, Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, quienes murieron, junto a él, acribillados por la tenebrosa Guardia Nacional aquel fatídico día de 1977.

Ambos acontecimientos pasaron desapercibidos debido a la emergencia del coronavirus COVID-19. El aniversario del Martirio del Padre Grande todavía fue conmemorado por las comunidades cristianas de base; no así el de Romero que, por coincidir con la cuarentena, fue prácticamente invisibilizado: más allá de la misa por Facebook Live transmitida en algunas parroquias y una “vigilia virtual” realizada por organizaciones y militantes romeristas, el hecho no llamó la atención de la “opinión pública”, el gobierno y la población en general.

Ojalá que, en cuanto pase esta emergencia, el país conmemore como se debe estos dos acontecimientos históricos tan presentes en nuestros días, especialmente el Martirio de San Romero. La emergencia no debe empañar la memoria, porque el mensaje romeriano de justicia social sigue vigente actualmente, especialmente su radical llamado a “cambiar de raíz todo el sistema”.

Ojalá que así sea.