El solemne acontecimiento tiene – al menos – tres interpretaciones necesarias de mencionar.
En primer lugar, el inesperado nombramiento de Monseñor Rosa Chávez como Cardenal es un acto de justicia para el “Arzobispo que nunca fue”. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI le negaron ese reconocimiento y lo convirtieron en “eterno obispo auxiliar”; ni siquiera le asignaron una Diócesis, a pesar de su vocación y entrega a la Iglesia.
Así que al pastor relegado, ninguneado y marginado, el Papa Francisco ahora lo llama a la primera fila y lo pone en lo más alto.
En segundo lugar, la designación de Rosa Chávez es un homenaje póstumo a Monseñor Romero. Francisco beatificó al Arzobispo Mártir y pronto lo va a canonizar; pero esto era insuficiente: era necesario también dignificar a su mejor discípulo nombrándolo primer Cardenal del paisito donde San Romero de América derramó su sangre.
Y esto lo sabe perfectamente Rosa Chávez. Por eso, al asumir su nombramiento declaró con gran modestia y humildad que lo hace “en nombre de Romero”. “Esto (el nombramiento cardenalicio) era para Monseñor Romero, él se lo merecía”, expresó hace algunas semanas cuando recibió el anuncio.
El homenaje es también para los otros mártires: Rutilio Grande, Octavio Ortiz, Alirio Macias, Ernesto Barrera, Alfonso Navarro y demás sacerdotes que dieron su vida en la opción preferencial por los pobres,
Y, en tercer lugar, la asunción de Rosa Chávez indica que es el turno de la “Iglesia popular”. El Papa manda una claro mensaje: la Iglesia necesaria es la de los pobres, oprimidos y marginados; la Iglesia que acompaña las luchas sociales por cambiar el sistema socio-económico imperante que es anticristiano, niega derechos, excluye a la mayoría y destruye la naturaleza.
Y ésta es – seguramente – la interpretación más relevante. La designación cardenalicia de Rosa Chávez está en la línea de una secuencia de acciones de Francisco que reivindican una Iglesia de los pobres, que defiende la vida y protege a la Madre Tierra.
Esta “Iglesia popular” anima las luchas de los pueblos y se acerca a los movimientos sociales. Por eso Francisco, incluso, ha institucionalizado un espacio de encuentro mundial con los movimientos sociales.
Ojalá, pues, que todos los sectores – incluidos muchos sacerdotes y obispos – se conviertan a esta “Iglesia popular” que promueve el Papa Francisco. Esta “Iglesia popular” debe respaldar luchas centrales como la defensa del medioambiente, la reforma fiscal progresiva, la anticorrupción y el desmontaje del modelo neoliberal.