Monseñor Romero fue beatificado en mayo de 2015 y será santificado junto con el Papa Pablo VI. Según la Congregación para las Causas de los Santos, el arzobispo capitalino es un “mártir por odio a la fe”.
Óscar Arnulfo Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980. Según el Informe de la Comisión de la Verdad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fueron los escuadrones de la muerte dirigidos por Roberto D´Aubuisson, fundador del oligárquico partido ARENA.
Su discurso de denuncia de la represión y las desigualdades sociales provocó el odio de las élites oligárquicas que financiaron a sus asesinos, en los inicios de la guerra civil salvadoreña. Murió por abrazar la causa de los pobres y oprimidos.
Durante tres décadas los papados de Karol Wojtyla (Juan Pablo II) y Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) bloquearon el proceso de canonización, hasta que llegó el Papa Francisco y abrió el camino de Romero hacia los altares. Francisco señala que el mártir salvadoreño también fue asesinado por sus mismos hermanos (obispos) que lo difamaron.
Junto a Monseñor Romero fueron asesinados varios sacerdotes que acompañaban las luchas de pueblo: Rutilio Grande, Octavio Ortiz, Alirio Macías, Ernesto Barrera, Rafael Palacios, Cosme Spessotto. Uno de ellos, el jesuita Rutilio Grande, ha iniciado el proceso de beatificación y pronto estará con Romero.
El anuncio de la canonización de Romero es buena nueva, agua fresca y luz de esperanza para el pueblo salvadoreño agobiado por la pobreza, la violencia y el acoso de la oligarquía asesina que quiso acallar la voz del obispo mártir.
Por tanto, la santificación de Romero reactiva la esperanza, la alegría, la lucha, los sueños, el amor y la utopía. El ejemplo y el legado romeriano son el comino a seguir en la búsqueda de un país realmente democrático, justo, pacífico, incluyente, equitativo y sustentable.
Para esto, tenemos San Romero.